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George encerró en un círculo el anuncio de Fotocopista. Sus profundos ojos azules echaron un vistazo sobre el resto de la página. Satisfecho, cerró El Periódico y se dirigió a La Cocina. Su esposa, como el resto de las mujeres, era humana, es decir, rubia de ojos verdes, 1.70 de estatura, pechos insinuados y, obviamente, sin ningún rastro de caderas. -Mary, encontré un buen empleo para Pete. -¿Ah, sí?- respondió Mary. -Sí, linda, se espera una disminución de Fotocopistas para el año 2,117. -¡Fabuloso!- respondió alegremente Mary. George y Mary vivían en una de las 1535 ciudades de Mesoamérica. Su casa era la número 8217. George era uno de los 2,845,327 jardineros del país y Mary una de las 4,567,982 mecanógrafas en servicio. Ambos estaban muy emocionados con el próximo nacimiento de Pete. Sabían que Sally, una de las futuras 3,567,432 enfermeras del siglo XXII, necesitaba un hermanito. -Si quieres, podemos llevarle la muestra al Profesor este fin de semana- comentó George. -Magnífico- contestó Mary mientras repasaba mentalmente el password de El Refrigerador. -Estoy segura que todavía le quedan Genes Fotocopistas, querido. Después de teclear ciertos caracteres, Mary abrió El Refrigerador y sacó La Pizza y Las Hamburguesas. -Me temo que es hora de que Dorothy regrese a su casa. ¿Podrías decírselo, George?- suplicó Mary. El hombre, rubio, atlético, de uno-noventa de estatura -al igual que el resto de sus congéneres- se dirigió al Cuarto de Televisión. Ahí dos niñas de nueve años -rubias, de ojos verdes y una futura e inevitable estatura de 1.70- veían La Televisión. -Muestrénme sus códigos de barras, niñas- pidió amablemente, George. Una vez identificada, el padre de Sally se dirigió a Dorothy. -Lo siento, pequeña. Creo que es demasiado tarde y debes regresar a tu casa. -Espere un momento, Mr. Smith, están pasando el programa de La Época del Caos Genético. -Niñas, ¿cómo les puede gustar eso? ¡Es muy desagradable! -Cierto, Papi, ¡qué feos eran los homo-diversus!- exclamó Sally con una elocuente expresión de asco. -¡Guácala!- agregó Dorothy -todos eran diferentes ¿Cómo podían hacer el amor? -¡Por Dolly!- estalló George -¡Esto es el colmo! ¡Apaguen esa televisión! Dorothy, ve a tu casa. Y tú, Sally, vete a comer La Hamburguesa ¡inmediatamente!- dijo George, enfurecido, con el mismo timbre de voz y el mismo rostro, simple y descolorido, que compartía con todos los demás hombres del planeta. |
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